Messi, Puig, Miami, LA, y el contagio de energía, por Diego Valeri

0
1


En su nueva columna, Diego Valeri toca un tema de profundidad en el ámbito del fútbol.

Ausencias, presencias y la energía que generan en equipos, vestuarios, hinchadas. Energía que cambia y es capaz de definir la marcha de un plantel, de manera positiva o negativa, incluso estando en un momento tan inicial de la campaña, como todavía es este. Ese ‘factor X’ que hace que un equipo transmita sensaciones positivas, o no lo haga. ‘Lectura de juego’ hace foco en la Energía.

Las modas se reciclan a lo largo de la historia. Hace unos años reflotó esa antigua novedad de creer en la energía. No es de antipático, ni por buscar pleito contra el futbolero supersticioso, pero intuyo que la energía debe ser motivo de estudio científico, más que un tema de credos. De todas maneras, cuando Adolfo –director de MLS en español– me pidió que escribiera una nueva columna, le dije que a esta altura del año, en la que todo es provisorio, no tenía la claridad suficiente. Entonces él sugirió la idea de hablar de lo más relevante. Lo más relevante y ya. Me vi en una encrucijada porque, al menos desde mi perspectiva, lo más impactante hasta la fecha no podría describirse sin el efecto de la dimensión anímica o de alguna fuerza extraña, invisible.

En California, LA Galaxy, vigente campeón y rey de copas de la MLS, todavía no ha podido ganar un solo partido de ocho jugados. Atraviesa la peor racha de la historia del club y, para colmo, quedó afuera de la Concacaf Champions Cup contra Tigres de Monterrey. Es cierto que a Galaxy le falta Riqui Puig, su mejor futbolista, quien se recupera de una rotura de ligamentos cruzados, pero ¿tanto puede contagiar un solo jugador? Quizás la simple y potente fuerza de un talentoso cambie la energía de todo un grupo, de un club, de una ciudad e incluso de un país. Nadie es imprescindible para siempre, aunque en ocasiones pareciera que cuando su energía falta se apagan todas las luces.

La noche en la que Riqui salió de la cancha en muletas, no sólo se rompió los ligamentos cruzados de la pierna izquierda; algo más se quebró en el ambiente y se esfumó con la pirotecnia de la celebración de la Conferencia del Oeste 2024. Créanme: quizás la ciencia no pueda explicarlo, pero desde entonces la atmósfera del Dignity Health Sports Park cambió. Llámenlo “tristeza”, “angustia”, “pesimismo”, o como ustedes quieran, pero yo estaba ahí, observando desde la cabina, mientras Yoshida levantaba la copa; el festejo era incompleto. Incluso en la MLS Cup, cuando el Galaxy venció a Red Bulls, en su funcionamiento ya se vislumbraba una sintonía tibia, un equipo rengo.

Este año tiene cerradas las puertas de la victoria. No se lo ve desdibujado del todo; maneja la posesión, pone gente en ataque, empuja y lucha para sumar de a tres cada partido, aunque no logra romper el hechizo. Le expulsan jugadores en momentos inoportunos, suma más lesionados y comete errores inocentes en las dos áreas. Alguno podrá decir: “Bueno, no gana porque está jugando mal”. Pero no es tan así, al menos no tan mal como para no ganar un solo partido. Está atado. ¿A qué? Al orden, al sacrificio, al estilo de juego, pero es como si necesitara de alguien que agarre la pelota y lo libere del yugo. Necesita un rayo de luz, algo tan sencillo como transformar la oscuridad en alegría con un pase gol.

Del otro lado del mundo está Messi. Sí, Messi dando vuelta la serie frente a LAFC por los cuartos de final de la Concacaf Champions Cup. Lionel tuvo una actuación luminosa –otra vez y van cuántas–, cargándose en los hombros la esperanza de todo un club por ganar otro título internacional. Me había tocado comentar el partido anterior al que Inter Miami jugó frente a LAFC. Fue en el Sunday Night Soccer versus Toronto; al diez lo noté enérgico, eufórico, me atrevería a decir que hasta un poco enojado. No hay pasiones malas en sí, y soy de los que piensa que a veces en la vida hay que enojarse un poco. Ese domingo Messi hizo un golazo desde afuera del área, de volea, sacando el disparo entre las piernas del defensor de Toronto. Algo normal en él; lo extraño fue que en la celebración apretó los dos puños y lo gritó con el alma rabiosa, como si fuera la final del mundo, esa que todos le exigían ganar. Hay días en que andamos cruzados, y, aunque la bronca no sea combustible premium, en ocasiones es una buena energía que moviliza a las personas a hacer el bien o a hacer goles.

Ya el miércoles, frente a LAFC, Messi volvió a ponerse el traje preternatural. Es lógico que no le hayan visto esa ropa encima porque la piel de los ángeles es invisible. Sólo podía verse en cada pelota que tenía en los pies. Algo pasaba, algo distinto. Todo el tiempo. Un polvo de estrellas que se desprendía en su andar, un mensaje del fútbol, una energía única. Ustedes saben que no estoy exagerando.

En el primer gol levitó unos segundos después de haber sacado el tiro perfecto, sin recorrido, que se clavó en el ángulo superior izquierdo de Lloris. Unos minutos antes del final del partido, el pobre Lloris lo tuvo mano a mano una vez más desde los doce pasos, como en Qatar 2022, y volvió a caer rendido. Messi templado, calmo, dominante. Los ojos sobre el arquero siempre, ¡sin mirar la pelota para ejecutar el penal!, ¿mirando con otros ojos, con los ojos de quien puede superar el paso del tiempo? Quizá. Deslizó con suavidad la pelota a la red para ir a celebrar con sus hijos; el indestructible abrazo de gol, la energía más viva, la sonrisa de jugar. Del puño apretado al abrazo en familia.

No creo que exista mejor festejo de gol que un abrazo. Nada expresa más claramente este juego, esta vida. Al menos para nosotros, hinchas y jugadores. No sé como será para alguna energía incorpórea, porque me niego a pensar a las personas sin cuerpo, en cualquier campo, al futbolista sin la pelota en los pies. Si lo superior vive fuera de lo “personal”, quiza preferiría que del otro lado no haya nada cuando el juez pite el final. Ni polvo de estrellas.

Las modas van y vienen. Un jugador que contagia a todo un equipo ya es un clásico. Algo que perdura en el tiempo: la furia, la alegría, las ganas de jugar. Siempre es dolorosa la fuerza que corta las piernas de un deseo y apaga las luces del estadio, pero la experiencia futbolera enseña que un domingo alguien puede ser proclamado rey –sentirse vivo– y, al otro fin de semana, ser negado hasta por los propios. Solo y, en una de esas, crucificado. Lo sé, lo sé. El domingo siguiente habrá fútbol de nuevo, otra vez un partido para siempre, lo sé. Bueno, eso creo.





fuente

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí